AVARICIA
No,
Las nebulosas ya no podían distanciarse, el tiempo que ambas llevaban juntas era incalculable, sin embargo una de ellas se vislumbraba con un pálido amargo, atrás habían quedado esos tonos rojizos e incandescentes que caracterizaban a esas dos nubes de gas y polvo espacial, sólo una de ellas se acentuaba totalmente viva, llena de calor, morbo y de energía, una energía singular que parecía a su vez estar absorbiendo a su compañera inseparable. Ambas habían atravesado siglos, milenios, crones y eones juntas, siempre brillando a la misma intensidad, pero las cosas ya no marchaban de la misma manera. La nebulosa colmada de brío y embriagada de luz se sentía deseosa de más, tenía la necesidad de querer iluminar todo el universo, ella quería ser infinita, pero ese capricho no podía ser concebido, ya que para ser infinito es necesario ser oscuridad, porque la luz vaya al lugar que fuera siempre tendrá un límite, donde al atravesar la línea final, comenzará el vació y será penumbra nuevamente. El cúmulo de gases y escarcha sofocante miraba con desolación a su compañera, que cada vez iba perdiendo el intenso color y la llama ardiente que alguna vez tuvo dentro de sí, su soma se iba desvaneciendo, y la oscuridad se iba adentrando en ella sin ninguna cautela. Había tomado una decisión, la nebulosa robusta de luz terminó por absorber por completo lo poco de vida que le quedaba a su compañera, la cual se iba convirtiendo en frío y vacío, en penumbra y oscuridad, mientras que ella se esmeraba cada vez más en alejarse y así recorrer años luz el infinito universo, en busca de más nebulosas a quienes consumir para poder llegar a ser interminable como la nada grotesca y fúnebre que colma cada rincón de la galaxia. Muy lejos en la podredumbre, saturada por repugnantes hogueras incandescentes, las pieles marchitas de los clérigos que ahora eran demonios, pues sólo en apariencia habían transmutado, observaban lo que ocurría con esas millones de partículas que formaban dos seres de polvos espaciales; pieles que hambrientas de poder y deseosas de encontrar el momento propicio para atacar como bestias carroñeras, esperaban con ansias el día de poseer toda la energía que emanaban esos cuerpos sofocantes, sin embargo ya se habían percatado de que sólo quedaba una fuente de excesiva braveza y ardor, que ya su compañera había sido consumida y a su vez esta sin querer había pasado a ser parte del infinito universo, ya que el vacío se había apoderado por completo de su ser.
No,
Las nebulosas ya no podían distanciarse, el tiempo que ambas llevaban juntas era incalculable, sin embargo una de ellas se vislumbraba con un pálido amargo, atrás habían quedado esos tonos rojizos e incandescentes que caracterizaban a esas dos nubes de gas y polvo espacial, sólo una de ellas se acentuaba totalmente viva, llena de calor, morbo y de energía, una energía singular que parecía a su vez estar absorbiendo a su compañera inseparable. Ambas habían atravesado siglos, milenios, crones y eones juntas, siempre brillando a la misma intensidad, pero las cosas ya no marchaban de la misma manera. La nebulosa colmada de brío y embriagada de luz se sentía deseosa de más, tenía la necesidad de querer iluminar todo el universo, ella quería ser infinita, pero ese capricho no podía ser concebido, ya que para ser infinito es necesario ser oscuridad, porque la luz vaya al lugar que fuera siempre tendrá un límite, donde al atravesar la línea final, comenzará el vació y será penumbra nuevamente. El cúmulo de gases y escarcha sofocante miraba con desolación a su compañera, que cada vez iba perdiendo el intenso color y la llama ardiente que alguna vez tuvo dentro de sí, su soma se iba desvaneciendo, y la oscuridad se iba adentrando en ella sin ninguna cautela. Había tomado una decisión, la nebulosa robusta de luz terminó por absorber por completo lo poco de vida que le quedaba a su compañera, la cual se iba convirtiendo en frío y vacío, en penumbra y oscuridad, mientras que ella se esmeraba cada vez más en alejarse y así recorrer años luz el infinito universo, en busca de más nebulosas a quienes consumir para poder llegar a ser interminable como la nada grotesca y fúnebre que colma cada rincón de la galaxia. Muy lejos en la podredumbre, saturada por repugnantes hogueras incandescentes, las pieles marchitas de los clérigos que ahora eran demonios, pues sólo en apariencia habían transmutado, observaban lo que ocurría con esas millones de partículas que formaban dos seres de polvos espaciales; pieles que hambrientas de poder y deseosas de encontrar el momento propicio para atacar como bestias carroñeras, esperaban con ansias el día de poseer toda la energía que emanaban esos cuerpos sofocantes, sin embargo ya se habían percatado de que sólo quedaba una fuente de excesiva braveza y ardor, que ya su compañera había sido consumida y a su vez esta sin querer había pasado a ser parte del infinito universo, ya que el vacío se había apoderado por completo de su ser.
